Amsterdam. Dia 2

El estruendo del despertador nos saca de nuestro sueño, que ha sido completamente reparador. La luz del día nos invita a levantarnos, aunque el cielo, plomizo, nos advierte del frío helador que nos aguarda fuera. Tras una casi ferviente ducha y un copioso desayuno nos enfrentamos de nuevo a las calles, con sus tranvías, bicicletas y canales que, pletóricos, nos dan la bienvenida.

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Bicicleta encadenada en el puente de un canal

Ponemos rumbo al Monumento Nacional, en la Plaza Dam, donde pretendemos unirnos al tour gratuito organizado por la empresa Sandeman’s New Europe (para más información: http://www.neweuropetours.eu/es/)

Así, nosotros hoy recorremos las calles de la mano de Javier, un joven español residente en Amsterdam y a quien no faltan dotes comunicativas. Nos muestra las calles del Barrio Rojo, contando anécdotas curiosas de esta zona que nos ayudan a entender cómo Iglesia y prostitución conviven en un mismo lugar. Tras un largo paseo por el centro de la ciudad, finalizamos el recorrido junto a la casa de Anna Frank, no sin antes hablar de la Segunda Guerra Mundial y de la posición de los holandeses ante ella: decidieron unirse en pro de la justicia y oponerse a tal exterminio y violación de los derechos humanos.

Tras este acercamiento a la historia y cultura del pueblo de Amsterdam nos decidimos a reservar plaza en el tour nocturno por el Barrio Rojo, en esta ocasión de pago.

Con las manos enrojecidas por el frío nos sentamos a comer en un eetcafe en pleno canal de Prinsengracht. Pedimos (y aprendemos a pronunciarlo) una ewrtensoep, un delicioso guiso de guisantes, cebolla, carne y Dios sabe cuántas cosas más, acompañada de un trozo de pan con jamón york, que consigue acabar de un plumazo con el hambre y el frío. Su sabor evoca al potaje de invierno y la gente alrededor habla tan bajito que no parece que estemos en una gran ciudad. Al fondo, un gran gato gris duerme sobre un banco corrido, ajeno al devenir de personas, como si el que entrase por la puerta, fuere quien fuere, perteneciera a ese lugar y fuera a quedarse por mucho tiempo.

El fin de la comida marca nuestro regreso a la realidad, y es que debemos apresurarnos porque tenemos una reserva para visitar la casa de Anna Frank.

Nuestra visita a “la casa de atrás” no es fácilmente descriptible con palabras. En las casi dos horas que pasamos en su interior conseguimos casi conocerla, comprenderla, diría que sentirla. Como si esas paredes, las de la verdadera casa de atrás, nos atraparan para siempre, pidiendo no ser olvidadas, mantenerse en el recuerdo constante de lo que nunca jamás ha de volver a suceder.

Con un trocito de Anna dentro de nosotros, salimos al mundo exterior, tan bullicioso, tan frío como lo habíamos dejado. Conmovidos por la experiencia paseamos por los canales haciendo infinidad de fotografías, tratando de captar pedazos de vida con los que tapar la naturaleza más oscura del ser humano.

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De paseo por los canales

Así, llegamos al hotel y descansamos un rato, hasta que decidimos salir a hacer el nuevo tour que habíamos contratado. Quién sabe si es por la necesidad de frivolizar la vida, la antítesis entre lo espiritual y lo meramente físico, entre el sufrimiento y el hedonismo. El caso es que tenemos ganas de adentrarnos en esta parte de la vida de Amsterdam que tanta fama se lleva.

De nuevo de la mano de Javier recorremos las mismas calles, los mismos escenarios que esta misma mañana, pero con unos personajes y una puesta en escena completamente diferentes: la noche inunda los rincones más escondidos. Las luces de neón y los farolillos rojos sustituyen a los copos de nieve y los turistas, que cámara en mano, tratan de captarlo todo, como si con una imagen pudieran llevarse algo de esta ciudad, cosa que nosotros ya hemos descubierto que es imposible: lo único verdadero que puedes llevarte de Amsterdam no se puede fotografiar.

Con una lección más que aprendida, recorremos las calles, plagadas de cabinas con chicas en ropa interior, coffeshops y gente que lucha contra el frío de una noche especialmente gélida. Conocemos los entresijos del barrio y con un brindis damos por terminado el recorrido. De camino al hotel compartimos una de las afamadas croquetas de carne mientras hablamos animados de la experiencia del día..

Mientras cenamos, reponiéndonos del frío, observamos las fotos realizadas, que hacen calar más hondo si cabe las experiencias tan contrapuestas que en este día hemos disfrutado.

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