Nos levantamos algo más tarde de lo que teníamos previsto, pero es que, entre el cansancio y que las paredes de la habitación son casi de papel, apenas hemos descansado.
Aunque no queríamos atarnos al itinerario como hemos hecho alguna que otra vez, al disponer de tan poco tiempo, nos habíamos preparado un poquito lo que veríamos cada día para no encontrarnos con sorpresas desagradables. Comenzamos por la Torre de Londres. Al ser domingo abre a las 10.00, con lo que el quedarnos pegados a las sábanas tampoco nos importa demasiado. Bajamos a desayunar y pedimos un English breakfast, para probar. Estaba buenísimo y nos vino fenomenal para enfrentar el día que nos esperaba por delante.
Ya en la calle, observamos que hace un día espectacular. Volvemos a coger las travelcards para el día y nos montamos en el metro. Por desgracia, las líneas centrales están en obras y nos toca hacer varios trasbordos. Al bajar del metro hay una niebla que apenas nos deja ver el Tower Bridge, obligándonos a posponer la sesión de fotos. Nos dirigimos a la taquillas de la Torre y cogemos las entradas.
Tower Bridge apenas perceptible por la niebla
Nuestra incursión en la Torre coincide con el comienzo del recorrido del Beefeater, así que aprovechamos para seguirlo. No cuenta nada que no venga en una guía, pero la verdad es que es interesante ver cómo te lo cuentan dramatizando todo y haciendo alarde del humor inglés… Cuando el Beefeater termina su charla nos disponemos a recorrer la torre a nuestras anchas y, para cuando queremos darnos cuenta, han transcurrido cuatro horas desde nuestra entrada.
Beefeater con uno de los famosos cuervos de la Torre de Londres
Después tan copioso desayuno no tenemos mucha hambre, así que pensamos que podemos comer algo más tarde en un pub y decidimos seguir con las visitas. Nos dirigimos a sacar unas fotos en el Tower Bridge (a estas horas ya está completamente visible) y a ver St. Paul’s Cathedral por fuera, ya que al ser domingo está cerrada (salvo para los oficios religiosos).
Tower Bridge, ya completamente visible
La verdad es que hace un día tan bonito para pasear y nos está gustando tanto Londres que decidimos dejar la visita al British Museum para otra ocasión y perdernos por sus calles.
Queremos volver a la zona del Soho y ver Carnaby Street, así que cogemos de nuevo el metro. Tras descansar los pies un par de paradas sentados en el vagón, volvemos a salir a la superficie. Se nota que el sol comienza a bajar y ya empieza a refrescar. Damos un paseito por Carnaby Street y entramos en un pub donde comemos fish and chips acompañado por dos cervezas. Este típico plato inglés nos recuerda a la típica cena de pescado rebozado de la infancia.
Ambiente navideño en Carnaby Street
Son ya las 4 de las tarde, con lo que la opción de subir al London Eye se volatiliza… la verdad es que tampoco nos importa, pues estamos disfrutando el día a tope.
Decidimos que es buena hora para enfrentarnos a Camden, así que nos dirigimos al metro, rezando para que ese tramo de línea no esté cortado. Al llegar confirmamos nuestras peores sospechas, preguntamos en las taquillas y un chico muy agradable nos explica cómo podemos llegar en autobús. Así, descubrimos que la travelcard era también válida para este medio de transporte, lo que no habíamos tomado en cuenta porque creímos que solo cogeríamos el metro. Siguiendo sus indicaciones, nos montamos en el autobús, sentándonos en el piso de arriba para ver bien todo.
Llegamos a Camden y nos parece realmente mejor de lo que nos habíamos imaginado. Nos perdemos por los puestos, nos quedamos boquiabiertos con las fachadas de las tiendas… y, tras mucho contenernos, terminamos picando y haciendo unas compritas. A eso de las 18.00 comienzan a retirar algunos puestos, pero nosotros seguimos paseando. Cuando consideramos que continuar por allí, completamente de noche, sólo podría poner en riesgo nuestro bolsillo y la capacidad de nuestras maletas, cogemos el bus de vuelta al Soho. Damos otra vuelta por allí, hasta llegar a Piccadilly Circus.
De compras por el mercado de Camden
Es ya la hora de cenar y la verdad es que entre el desayuno y la comida no sentimos nada de hambre, pero después de tantas horas en la calle tenemos frío, así que entramos en una cafetería y nos tomamos un chocolate caliente y un latte de praliné (especialidad de Navidad). Al salir del sitio decidimos que es hora de irnos al hotel a descansar, así que cogemos el metro y nos vamos a la cama.
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