Archivo de la categoría: Reflexiones viajeras

Cometas en el cielo de Khaled Hosseini

cometas

Hacía tiempo que tenía este título en mi lista de «pendientes» porque alguien, aunque no recuedo quién, me lo había recomendado.  Tengo la costumbre de leer toda novela que pasa por mis manos. Aunque en un principio el argumento no me absorba, confío en su capacidad para atraparme hasta la última página.

En este caso ha sido su autor, Khaled Hosseini, quien con una excelente habilidad descriptiva me ha dado la oportunidad de entrar en la historia, de sentarme bajo el mismo granado que Amir, su protagonista, de mirar a los ojos de los personajes, de recorrer las calles de Kabul como si en verdad lo hubiera hecho alguna vez. He levantado la vista hacia el infinito contemplando un cielo lleno de cometas de colores que danzan al ritmo del viento helador de una mañana de invierno. Me he maravillado con su baile hasta que me ha dolido el cuello de mirar hacia arriba. He podido corretear y esconderme entre callejones de la mano de dos niños que poco imaginan de la crueldad del ser humano.  He vivido la paz en Afganistán. Y el horror de la guerra también. He sentido el odio de sus gentes, su desesperanza, y he emprendido el viaje a la redención de un hombre atormentado por su propia cobardía. He sentido su impotencia, sus lágrimas corriendo por mis mejillas. El desgarrador sentimiento de querer recuperar una vida que ya se fue, atada a la cuerda de una cometa, llevándose consigo aquellos tiempos de paz e inocencia.

Gracias Khaled Hosseini, ahora sólo me queda rezar para que las cometas vuelvan a surcar los cielos de Kabul.

Sara

Sueños de papel

Hay sueños que están hechos de papel. De un papel que empieza en blanco al nacer y va llenándose de historias a medida que pasan los años. Al principio es un papel frágil, que puede romperse si presionas mucho al escribir o incluso si tratas de utilizarlo en exceso, pero con el tiempo va cobrando forma, y en él va quedando la impronta de todo cuanto fuiste y de todo cuanto deseas ser.

Hay momentos en los que dejas tu papel abandonado a su suerte, a la intemperie, deseándolo vacío, culpándote por el idealismo propio de la juventud, por ser tan entusiasta, incluso tan imprudente. La magia aparece cuando cae la tormenta. Al amainar, viendo un atisbo de luz y con la esperanza de que en esta ocasión el sol haya venido para quedarse, dudas si salir a recogerlo, tienes miedo, no te sientes capaz. Crees mejor esperar y recoger los trozos más tarde, tratando de protegerte, por si el peligro sigue ahí fuera. Tal vez sea un mecanismo inconsciente quien, conocedor de la esencia del papel, te impide salir a recogerlo hasta tener la certeza de que el suelo está bien seco y no existe el riesgo de que la lluvia te haga resbalar.

Y es entonces cuando aparece esa magia. Es entonces cuando tu papel ha cobrado rigidez, como si tuviera que estar ahí para siempre, indestructible.

Porque eso son los sueños. Trozos de papel indestructibles de los que no podemos escapar. Tienen el poder de hacernos interpretar en la niñez, motivarnos, satisfacernos, expandernos y, en ocasiones, enojarnos en la adolescencia; de frustrarnos en la juventud si no conseguimos cumplirlos, avergonzarnos a medida que nos hacemos mayores  y entristecernos en la vejez pensando lo que podíamos haber sido y jamás fuimos.

Una de las virtudes que tienen nuestros sueños de papel es que, en ocasiones, toman forma de tarjeta de embarque, billete de autobús o mapa de carreteras, permitiendo desviarnos de nuestro camino prefabricado por un tiempo. No importa la duración de nuestro viaje, ni tan siquiera el destino. Lo verdaderamente importante es poder sentir la suave brisa de la libertad, la misma que hace desaparecer las horas y desdibuja las fronteras. Y de pronto, entre sueños, amaneces en un lugar distinto, más amable, que te invita a cerrar los ojos y volver a soñar…

//