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Amsterdam. Dia 5

El sol inunda la habitación animándonos a aprovechar las escasas horas que nos quedan en Amsterdam. Dejamos las maletas en la salita común del hotel y nos dirigimos al canal Singel a comprar unos recuerdos. Después, sorteando las obras del Rijksmuseum, nos dejamos embriagar por la tranquilidad de Vondelpark mientras bicicletas, joggers y perros correteando tratan de esquivarnos. El trinar de los pájaros hace perder el sentido del tiempo, aunque no del espacio que, con sus árboles aún desnudos y verdes jardines con pequeñas florecillas asomando tímidamente entre la hierba, se empeña en mantenerse presente.

diarioamsterdamdia5-1Tulipanes floreciendo

Con las piernas resentidas debido a las caminatas de días anteriores, decidimos abandonar nuestro paraíso de música natural para tomar unas cervezas entre los canales. La temperatura es significativamente superior en esta soleada jornada, por lo que nos sentamos en una terraza, con los rayos de sol iluminando nuestras caras. A ratos corre un poco de brisa, pero incluso esta se torna agradable.

Pensativos, escudriñamos entre los radios de las bicicletas, que se agolpan frente a nosotros y que están misteriosamente decoradas por banderines de colores que danzan al son de la brisa.

Tratando de exprimir las últimas horas paseamos de nuevo entre los canales, hasta que llega la hora de comer y nos dirigimos a Spui, donde probamos un delicioso rijsttafel.

diarioamsterdamdia5-2Rijsttafel

Tras la comida y la sobremesa y con la tripa llena y la boca ardiendo por el efecto del picante, caminamos despacio hasta llegar a Leidseplein, donde nos desviamos hacia el hotel para recoger nuestro equipaje. Volvemos a tomar el autobús número 197, que está parado en la marquesina, ahorrándonos así la agonía de despedirnos de Amsterdam, nuestra nueva musa.

Ya en el avión, mientras despegamos, nos preguntamos cuándo volveremos a esta maravillosa ciudad que ganó una batalla al fuego y una guerra al mar.

Amsterdam. Dia 4

Fuera está nevando, los copos son de un tamaño considerablemente mayor al de jornadas anteriores, por lo que decidimos comenzar el día con un buen desayuno a base de cítricos.

Ya en la calle, inspeccionamos los principales canales a fondo, hasta que decidimos perdernos en el patio escondido de Beginhof, donde una horda de fieles espera el próximo oficio dominical a la puerta de la capilla.

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Bote en uno de los canales

Paseamos por la intelectual Spui, deteniéndonos en el mercado de arte. Tras esta ración de bullicio y gentío, nos evadimos en las calles del Jordaan, donde paramos en un peculiar bruin café. El establecimiento está regentado por un señor de avanzada edad, profundamente enamorado de su esposa, cuyas fotografías inundan las paredes.

Una música animada que nos recuerda a la verbena de la plaza del pueblo, hace que el hombre se ponga a entonar las letras de las canciones totalmente emocionado, como si hubiera olvidado nuestra presencia. Al acabar el café, salimos del local y continuamos paseando por las tranquilas calles del barrio. De nuevo buscando el contraste, nos dirigimos al Barrio Rojo, muy transitado incluso a mediodía. De pronto, el hambre empieza a apretar y, tras dar varias vueltas buscando un lugar donde sirvan el típico stamppot, desistimos de cumplir este reto gastronómico, conformándonos con una hamburguesa y unos pinchos de pollo saté. Después de la comida nos debatimos entre ir al hotel a descansar y continuar el paseo. Como es natural, las calles de Amsterdam ganan la batalla.

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Grúa en Entrepotdok, antiguos almacenes de la Compañía de las Indias Orientales

Tenemos ganas de un ambiente un poco más campestre, así que nos dirigimos a Plantage para visitar el molino de Gooyer, único superviviente por estos lares. El molino es actualmente una vivienda particular, por lo que no podemos visitar su interior, pero simplemente colocarse bajo sus aspas  y disfrutar de una cerveza a su lado ya merece la pena.

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Molino de Gooyer

El sol comienza a ponerse y de nuevo nos adentramos en el bullicio del Barrio Rojo, donde tratamos de recobrar fuerzas con unas patatas fritas que nos impulsan durante un par de horas más, hasta que pedimos tiempo muerto a las luces de colores y nos sentamos en un bar a descansar. Al cabo de un tiempo, al tratar de levantarnos, notamos que las piernas nos flojean, pero resistimos a despedirnos del distrito de luces rojas, de su jaleo,  de sus canales, plagados de patos incluso a estas horas de la noche.

Tardamos una media hora en rendirnos amargamente al cansancio y entonces, ponemos rumbo al hotel en un camino que se nos hace eterno. Ya allí, hacemos la facturación online de los vuelos de vuelta vía móvil y agotados, escribimos estas líneas. Nos dormimos con la esperanza de que el dolor de piernas nos deje descansar lo suficiente para exprimir mañana nuestras últimas horas en esta ciudad, siendo ya conscientes de que se ha adueñado de una parte de nosotros.

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Amsterdam. Dia 3

La luz de la mañana, que se cuela entre los pliegues de las opacas cortinas, nos despierta. Fuera está nevando suavemente, tanto que dudo si es una plantación de algodón cercana la que está produciendo tal efecto.

Bien abrigaditos nos disponemos a salir hacia las Waterlands en busca de aventura.

Por el camino a la Estación Central nos detenemos en el mercado de las flores (bloemenmarkt) del canal Singel, donde recorremos los puestos de bulbos, flores y semillas entre el bullicio matutino.

ImagenPuesto de flores en bloemenmarkt

Tras recorrer tan florido mercado, llegamos a la estación, que se encuentra en obras, lo que hace que tengamos que coger un ferry y un autobús (ambos gratuitos) hasta la marquesina desde la que parten los autobuses a la región de Waterlands. Así, adormilados por el traqueteo y la agradable temperatura del autobús, contemplamos maravillados los campos que se extienden hasta el infinito, mucho más allá del horizonte, hasta llegar a Edam.

Edam es un pueblo encantador. Un caminito arbolado nos lleva de la estación de autobuses al centro. Las casas, algunas de ellas cumpliendo la función de pequeños hoteles, invitan a quedarse allí con lo puesto, sin ningún cuidado del tiempo.

ImagenCasitas al borde de un canal en Edam

Caminando, encontramos un singular café. Su decoración, acogedora a la par que algo kitsch, invita a sentarse a ver la vida pasar con una taza de té entre las manos. Por mi parte, dedico el tiempo a abstraerme de la conversación de la mesa de atrás mientas escribo unas líneas en mi cuaderno. Armando, mientras tanto, disfruta de su nueva pasión: la fotografía.

Con ganas de seguir explorando, dejamos nuestro refugio y salimos a la calle. Los rayos de sol que iluminan las empedradas calles invitan a pasear. Así, cruzamos puentes y canales y llegamos a un río semi-helado que nos hace plantearnos la temperatura  a la que estamos expuestos. Patos y cisnes parecen divertirse sobre una improvisada pista de patinaje.

Nos perdemos entre casas de colores que parecen querer hacer aún más luminosas las calles y un ataque de tos de Armando nos indica que debemos parar a comer algo caliente que nos proteja del frío. Entramos en un eetcafe regentado por una amable pareja, que nos sirve un ewrtensoep  y un par de cervezas. El bar, con decoración antigua, resulta de lo más acogedor.  Unas ventanas no demasiado grandes, ni tampoco demasiado pequeñas, permiten que la luz del sol ilumine nuestra mesa. Mientras tanto, unos  señores, al fondo, juegan al billar francés. Dirigiendo la mirada hacia el techo, observamos que el friso está decorado con cientos de abrebotellas de diferentes tamaños, formas y colores.

Aunque la música, animada, nos invita a quedarnos un rato más, apuramos nuestras cervezas y decidimos continuar con nuestra expedición.

Regresamos a la estación, donde por suerte, nuestro autobús está parado en la marquesina. Así, llegamos a nuestra siguiente parada: el pueblo pesquero de Volendam. Paseamos por un mercadillo al  aire libre hasta llegar al puerto, que en nuestra imaginación, tal vez porque habíamos recreado una escena más bien estival, era infinitamente más bonito. Debido al viento helador que trae la apertura al mar, decidimos no cruzar al puerto de Marken y continuamos paseando por zonas más resguardadas de Volendam, donde tras hacer unas cuantas fotografías,  no encontramos mucho más que investigar y nos dirigimos de nuevo a la parada del autobús para poner rumbo a Broeck in Waterland.

ImagenBarcos amarrados en el puerto de Volendam

Broeck es un pueblecito de preciosas casas que invita al viajero a perderse entre sus calles. El trinar de los pájaros como único sonido perceptible,  las calles apenas transitadas y el paisaje, junto con el sol del atardecer, convierten este lugar en el destino perfecto para perderse, olvidarse de todo y observar el devenir de la vida holandesa a través de los jardines de las casas, con esas ventanas abiertas al mundo, siempre desnudas de cualquier cortinaje.

ImagenLago en Broeck in Waterland

Un lago que se pierde en el horizonte crea una amalgama de colores al unirse con el fuego del sol que se esconde. El frío comienza a hacer estragos y cuando ya hemos exprimido cada rincón del pueblo, decidimos regresar a Amsterdam. Como aún queda largo rato para que llegue el autobús, entramos en una cafetería, donde tomamos un café caliente. Sentados en la barra nos sentimos parte del vecindario y hacemos bromas con el dueño del local.

Mientras nos reponemos del frío, comentamos lo abierto de las gentes de Holanda, que al entrar en un bar  te sonríen y saludan como si fueras de allí. Apuramos los últimos sorbos de café rodeados de tenues luces, holandeses charlando animadamente y experimentando ese gezelligheid en el que el tiempo y las preocupaciones quedan al margen.

Regresamos a la marquesina para tomar el autobús y, en un momento, llegamos a Amsterdam. Como ya habíamos hecho la noche anterior, ponemos la nota discordante al apacible día entre pueblos y molinos, adentrándonos en las calles del Barrio Rojo y empapándonos de su ambiente hedonista.

Cuando empezamos a notar como el cansancio hace mella en nuestras piernas, ponemos rumbo al hotel, desviándonos, curiosos, de la línea recta que nos lleva al placer de una cena y la cama.